domingo, 12 de septiembre de 2010

A un amigo muerto


Gabriel lleva una chaqueta café, una maleta de mano como de vendedor puerta a puerta, pantalón morado. Su barba conserva siempre la misma espesura; así lo veo, así lo recuerdo, con un tufillo que se confunde en un lenguaje palindrómico, complicado, que fascina no por lo que dice, sino por la sensación de bienestar que trasmite al hablar de arte o de cualquier otra cosa. Intentaba regalarte un concejo que, como siempre nunca terminas de entender, porque él no habla a tus oídos, le habla a tu subconsciente.

Gabriel no rinde cultos, por lo menos no se entrega a las pasiones mundanas religiosas o a las fanaticadas cinéfilas; creo que le gustaba la humildad de Cat Stevens y otra vez le escuché un monólogo interesante sobre Joaquín Sabina. En realidad lo enternecía llegar los domingos al Parque de Usaquén a ver escribir poesía, como si fuera el director de coro de sordomudos. Le gustaba simplemente sentir lo que pasaba por la cabeza de los demás, arrinconaba cada escrito hasta hacerlo hablar, hasta hacerlo decir por qué carajos había sido concebido de esta y no de otra forma. Gabriel nunca escribió, nunca se atrevió a lanzarse a un poema, porque todo lo que quiso decir lo dijo a través de nosotros, de los que nos sentamos en ronda a darle vida al taller de Domingo Atrasado, modificaba las frases de tal manera que era imposible no encontrarlo vivo ahí.

Alguna vez en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, se presentó un tipo del Perú con un trabajo fotográfico del Camino a Santiago de Compostela. Gabriel quien conoce muy bien España y todas sus piruetas, describió el recorrido de una forma tan brillante, tan diáfana que por primera vez lo entendí y le dije "Es un desperdicio para nosotros no poderte leer, deberías dedicarte a escribir". Creo que se incomodó porque chasqueó los labios y dijo "Pero si estoy hablando" Esperó un segundo y siguió "El Camino a Santiago es para un español lo que para un costeño es La Mondá" De todos los años que llevo conviviendo con esa palabreja, nunca me había reído tan fuerte de haberla escuchado "Sí, el Camino a Santiago lo puedes comenzar en cualquier parte, y al terminarlo encuentras a Dios. Es una forma de purificarte" Yo seguía riendo, pero escuchando "Para el costeño es igual, La Mondá es su camino, es su ruta, lo que le confirma que la vida sigue. Si te das cuenta, eso es lo que demuestras en lo que escribes; tú podrías ser el Poeta de La Mondá, porque cada poema es un camino, es un hijo".

Hubo cosas más relevantes de mi amistad con él, cosas que prefiero callar para no hacerme el sensible, solo que pensé que algún día lo volvería a ver. Siempre es bueno escribirle a las personas, sobre todo cuando mueren, porque sientes que están a tu lado pendientes que no falte una palabra; Gabriel era un hombre de palabras y de pintura. De él sabíamos que, cuando no estaba con nosotros se desahogaba con los lienzos. Sabíamos también que sin él era escribir a ciegas, que luego de cada taller se tomaba un par de cervezas en la Tienda del Profesor Ivan, que vivía con unas tías, que no le gustaban las fotografías, y que le encantaba encerrarse en su libertad.

A Gabriel Arango le falló el corazón mientras dormía, estoy seguro que despierto no hubiese dejado que esto ocurriera, porque le habría hablado de la Quintaesencia, de todas las posibilidades del mundo, de todo lo que falta por conocer. Nunca lo dijo, por lo menos no a mí, pero estoy seguro que la vida le falló muchas veces aunque nunca le faltó un concepto, ni una posibilidad.
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